lunes, 24 de febrero de 2014

El Personaje


Antes de que su recuerdo se perdiese en las cenizas, quise preguntarle qué le había pasado, por qué había empujado hasta el límite ese sentimiento suyo, ese dolor sin nombre.
Me dijo que era la única manera que sabía de vivir. Que solo sabía sufrir.
Creí entenderlo, pero no en toda su magnitud. Su respuesta fue entonces muy avanzada para mis conocimientos, para mi saber sobre ese dolor que es inherente al ser humano.
Se fue en un despertar que no recuerdo. Se fue como se van aquellas personas que nunca fueron invitadas, en silencio y guardando para sí lo poco que les queda de dignidad.

Para mis adentros, una imagen. La única que guardo, o prefiero guardar, aquella en el descanso, en el sosiego del alma y el reposo de la carne, cual abeja reina bajo el regazo de lo inminente, si su mirada no me fuese tan esquiva. No busque otra.
La amalgama de una etapa para mí. Pues, para exorcizar los demonios, se tenía que terminar bien, de manera correcta y sin rencores.
El asunto, es que yo estaba mucho más lejos, estaba impregnada, infestada, adolorida.

Desempolvando mi memoria pienso en este personaje, el secundario. Lo pienso en el odio y la lastima. Lo recuerdo en esa brutalidad que caracterizaba sus actos, en el desdén de su mirada, horrorosa. Hecha en el mal vivir, porque todo lo querido siempre le fue ajeno: el padre, el hombre. Lo recuerdo en la estupidez de su vida, en el cumulo de coincidencias que hicieron su contexto, nada premeditado. Solo un número de sucesos que se desarrollaron como la balanza quiso, jamás la suya. Circunstancias y números pares, en el infinito. El y los golpes, él y la sangre, él y hombre. El hombre que lo mato, y que lo perdió para siempre en el eterno vacío del ser, lo volvió dolor y carne, un animal.

Sus ojos se cerraron y mi mundo no se acabó. Le había cerrado los ojos antes de que pudiese advertirlo, se perdió para siempre cuando nos tocó la penúltima vez. Alguna sonrisa me otorgo en la demencia, la disfrute como tal. Yo le regale mi llanto en esa misma demencia, por lastima, por miedo. Me refleje en su mirada y el pavor me cegó, me apretó la vida y no quise jamás volver a verle así. No lo volvería a hacer.

Los que estuvieron hasta el final la recuerdan como yo, en el sosiego del alma y el reposo de la carne. La recuerdan como se recuerda lo que merece ser olvidado, lo que lastimó mucho y ya no vale la pena sufrir. Como una criatura lejana y perdida desde el principio.
Después de tanto tiempo, los que quedamos, hicimos un pacto tácito para vivir como ella no pudo hacerlo, para perdonarla y perdonarnos, para calmar el miedo de convertirnos en lo que ella. 

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